Sur ¿libre de ondas?

Lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en el sur son bosques, agua, lluvia, humedad, vacas, ovejas, aire limpio, lagos, Uruguay (sólo un recuerdo), frío, y cuantas otras cosas.

Lo mejor del sur es la cantidad de ondas electromagnéticas que hay. Muchos lugares en donde no hay luz, o señal de celulares, eso es una de las cosas más maravillosas del sur.

Alojamos en unas cabañas frente al lago Villarica, un lugar maravilloso lleno de vegetación y silencio, el 2003 habíamos alojado en las mismas cabañas, pero había algo extraño en ellas, ya no estaba esa paz completa de esa vez.

Habían puesto una Antena de celular Entel dentro del sitio de las cabañas. Esto aparte de ser feo visualmente desordena y presiona la mente.


Me pasa muy seguido en Santiago eso de sentirme con una presión inmensa en la cabeza, de estar irritable por la cantidad de señales que mi cerebro capta.
Quizás yo sea hipersensible con respecto a las ondas, pero lo que puedo decir es que el simple hecho de alejarse de ellas es un alivio.

Todavía no se comprueba el daño que pueden ser las antenas y otros emisores de ondas, pero se puede comprobar que las diferentes ondas tienen una respuesta en el ser humano. Hace algunos meses mi papá compró una maquinita que se llama "Metrónomo Solar" una cosa que emite ondas de distinta frecuencia para distintas cosas.

Uno de esos programas es un desintoxicador de ondas emitidas por celulares, computadores y otros objetos tecnológicos, es increible como va bajando la presión simplemente cuando las ondas que llegan son de cierto tipo.

Es verdad que el sur todavía es un lugar indómito, que hay mucas menos ondas que en Santiago y que relaja muchísimo, pero ¿Cuanto de eso queda?, muy poco, pronto todo chile va a estar conectado, y todo chile va a estar contaminado con ondas.
Emilia no se sentía bien, se sentía triste, desolada, había hablado con Sofía, su mejor amiga, esto la había dejado intranquila, no le había podido responder, ¿O no quería hacerlo?, ella temblaba, no de miedo, de angustia.

-No me contestaste.- dijo Sofía.
- No, y no lo pienso en hacer- respondió crudamente Emilia.
- ¿Porqué? ¿Qué hice yo para merecer esa respuesta?- dijo en tono sarcástico.
-Nada, exactamente eso fue lo que hiciste, nada. O mejor dicho no me apoyaste, lo único que yo esperaba era un simple abrazo, en cambio me dijiste todo un argumento en relación a lo que yo había hecho, por qué estaba mal, en que me había equivocado, yo no necesitaba eso.-
- ¿Eso dije?- la miró extrañada- ¿Estás segura? Y si es así, perdóname, no lo quise hacer.-
- Quizás no quisiste pero lo hiciste, y lo sigues haciendo- dijo esta al borde de las lágrimas- una y otra vez, una y otra vez, en cada historia, en cada anécdota, en cada problema que yo pongo ante ti, en todo sólo recibo observaciones “constructivas”-

Se separaron, Emilia no quería ver a Sofía, no lo soportaba, cómo podía vivir con tanto dolor, no dolor físico, si no un dolor que iba más allá de lo soportable, más allá. Emilia no la quería ver, para poder quererla, para poder angustiarse, llorar y por fin tranquilizarse. Abrazó una vez más a Evans, no quería desprenderse de él, él la protegía, le recordaba por qué seguía contando con Sofía, quizás le respondiera, pero en el fondo ella sabía que entendía todo.

Siempre era así, Emilia se enojaba, se sentía, dejaba de hablarle a Sofía, ella iba directo a abrazar a Evans, su mayor confidente y amigo, un muñeco que alguna vez Sofía le había regalado. Luego, pasadas unas cuantas horas Emilia se calmaba, aunque iba guardando un poco de rencor cada vez, en el momento en que volvía con Sofía el rencor desaparecía, el dolor ya no existía.

Esta vez había sido igual, sólo que se habían desatado todos los nudos de ese rencor guardado, había expuesto lo más profundo, no sabía si podría volver siquiera a hablarle, no lo sabía, pero como siempre lo intentaría. Decidió “perdonarla”, porque en el fondo no era culpa de Sofía, sino la suya, ella era la hipersensible, siempre lo había sido, le dolía admitirlo, pero al final lo hizo.

Emilia llegó donde Sofía, le pidió perdón, temblaba, temblaba por miedo, miedo a que esta vez no la perdonara. Tenía la mirada perdida, no quería mirarla. Se atropellaban las palabras en su boca, se le acalambraban las manos, empezaba a tartamudear, le costaba trabajo decir una sola línea coherente. Lo dijo confusamente, muchas veces, repitiendo lo mismo. -“P.. per..perdón, perdón, perdón y mi..mil veces perdón por haber sido tan pesada, no quise, no quería, lo siento, me equivoqué, te..tenias razón perdóname, perdón por mo..molestarte siempre, prometo que voy a tratar de cambiar eso…”-. Su corazón latía rápidamente, no sabía que esperar, por fin una respuesta:

- Pero Em ¿que onda? ¿Perdón por haber sido tan pesada?, ¿Cuando fuiste pesada?, cual es la intención ¿victimizarse?

No era la respuesta esperada, claramente era un signo de perdón, pero no era lo que ella esperaba. Se fueron felices, al menos eso aparentaban, juntas y felices, y comenzaron una nueva era de su amistad.

Nómada

A tres personas muy especiales para mí, ellas son la luz que me ilumina y el apoyo constante que he necesitado, las quiero…

Cinco estrellas guiaban mis pasos, me miraban y reían, me confundían y me volvían a poner en camino, me agotaban y me hacían descansar.
Las heridas sanaron en el camino, las tristezas se acallaron caminando, pero las alegrías nunca llegaron. Las buscaba, es cierto, pero caminando no estaban debía parar, pero no podía.
Un día pasé por el desierto, otro por las montañas, otro por fértiles valles, por último llegué al mar, me embarqué en una nave mercante. Nunca supe el lugar al cual me dirigía, simplemente caminaba.
Me encontré con mucha gente, conocí muchos lugares, pero nunca los consideraba mi hogar. No pasaba una semana en un lugar cuando partía a otro, viajaba meses para estar una semana, años para estar unos pocos días.
Al fin encontré lo que buscaba, no fue en mi camino, sino en el de otro. Me encontraba llenando mis provisiones, en un mercado de algún lugar en África, había muchas personas, pero la única que me observaba era una muchachita de unos 15 años.
Ella llamó a sus amigas en un idioma desconocido, les dijo algo y me llevaron con ellas, no me soltaron hasta que nos encontrábamos en un patio interior lleno de flores, recuerdo que habían más de mil tipos de ellas. Me dijeron algo incomprensible, luego rieron y me dejaron sola.
Poco a poco fui aprendiendo su idioma, me pude comunicar con pequeñas frases. Mi “casa” era el jardín, de él no podía salir, pero en él era libre. Aprendía rápidamente a conocerlas, me di cuenta de que me querían.
Ellas me encontraron, ellas tenían todo el mérito, ahora estaba en mi hogar. Me preguntaba que cosa había hecho para merecer su favor, conocía de sobra la respuesta. Nada.
Sin tener relación alguna conmigo se convirtieron en las mejores amigas, en una bendición para mí, me transformaron hasta tal punto que ya nadie podría reconocer a la persona nómada que había sido.