Volatilidad

No sé porqué este día, que aparentemente era perfecto, fue TAN malo.
Empezó extrañamente muy bien, considerando lo mal que me había sentido el día anterior, yo estaba realmente de buen humor (lo que nunca es bueno, porque ando apestosa).

No sé qué pasó, en el partido me empecé por poner MUY nerviosa, sin razón alguna, estaba jugando en la liga que a mí me gusta, con el equipo en que me siento bien, pero algo se desestabilizó en mi ánimo, me hizo perder MUCHÍSIMOS puntos, hasta llegar a destrozar mi felicidad y mi equilibrio.

No estoy acostumbrada a ponerme TAN nerviosa (aunque sí me pongo nerviosa), ni a esconder el nerviosismo con una felicidad sobreactuada (cosa que, más que ayudarme a subir el ánimo, me deprime aún más).
Creo que desde hace mucho que no jugaba TAN mal, pero lo que es peor, hace mucho que estoy con estos aires cambiantes, un momento estoy muy feliz, al siguiente me estoy muriendo de tristeza o nerviosismo, luego paso a estar enojada, y así sucesivamente.

En este momento siento entre una gran decepción, un enojo inmenso, combinado con rabia y dolor de cabeza, una sensación extraña que no es muy agradable.

No soporto tener un ánimo TAN cambiante, como dice Carlota NECESITO urgentemente una conversación con Aristóteles, necesito que me enseñen a tener un término medio, un estado equilibrado entre la felicidad extrema y la tristeza desmedida, un estado de pasividad quizás, no me gusta ser pasiva, pero si es la única manera de no tener estas emociones tan extremas estoy dispuesta a asumir la pasividad y sentirme un poco más vacía.

Cosas de la vida

No sé porque, pero hay personas que revientan las burbujas del pensamiento, personas que cuando uno se siente bien se disponen a corromper esa felicidad.

No me pasa demasiado seguido, debo aclarar que casi no me pasa, pero en muchas de las veces en que me siento realizada por cualquier motivo, por más mínimo que sea, llega alguien que me empieza a retar, que empieza a hacerme sentir tonta, o que me recalca que hice algo mal.

Hoy después de un partido de volleyball, que por cierto perdimos, me pasó eso, si bien yo no jugué espectacular, ni nada por el estilo, me sentía bien.

Sentía que le había subido el ánimo al equipo, que de algo había servido mis largos años de entrenamiento.
Me habían puesto de capitana, cosa muy rara para mí(solo para aclarar: yo ODIO ser capitana porque me siento responsable de todas las que están en la cancha, me pongo ultra nerviosa, siento una presión enorme y suelo jugar MUY mal cada vez que lo soy), y como de costumbre estaba nerviosa, aunque menos nerviosa que las veces anteriores, mi equipo estaba lleno de infantiles (que estaban jugando por superior, mi categoría) así que por ese lado estábamos en desventaja.

Después del primer set, donde nos ganaron por MUCHO, entró a jugar Berni, lo que me relajó bastante, íbamos muchísimo mejor que en el primer set cuando llegaron otras del equipo, que venían MUY atrasadas.

Ellas empezaron a culparme porque les había dicho que el partido era más tarde, que ellas no tenían cómo saber que el partido era a esa hora, que ellas tenían que estudiar, que habían venido por nada y ese tipo de cosas.

Todo mi espíritu SC, es decir mi buen humor, mi ánimo y alegría, se esfumaron, de manera imperceptible, claro, porque yo seguía siendo la que tiraba para arriba al equipo, y lo repito, YO era la única que le subía el ánimo al equipo .

La verdad es que yo no sé si de verdad les dí mal la información, si Paulina (la entrenadora) no fue clara y les debería haber confirmado la hora, lo único que sé es que fue un problema de comunicación que me costó un pedacito de felicidad.

Solo quería pedirles perdón a las dos que no pudieron jugar por mi culpa, y decirles que errar es humano, pero no cuesta nada ser amables, como dice el dicho, lo barato cuesta caro, es más fácil ser pesada y enojarse, que ser amables y dejar pasar las cosas pequeñas (perdonarlas fácilmente).

Sin Misión

La vida estaba completa, y yo no era parte de ella, estaba al margen, todos tenían su lugar en el mundo, su misión que cumplir, yo no tenía cabida, no tenía misión, no tenía nada.

Me sentía vacía, aparte, encerrada bajo mi propia "libertad", no tenía dónde estar, dónde sentarme a reflexionar. No había lugar para hablar, para comer, ni para jugar.

Un día me pregunté porqué había nacido, o mejor dicho para qué había nacido, no tenía amigas y no las iba a tener, no conocía a nadie y nadie me iba a conocer, no me querían y yo no quería a nadie. Pregunté por todas partes, a todas las personas, nadie me contestaba, estaba acostumbrada al silencio ajeno, al que me miraran pasar y se lamentaran por mí, nadie me respondía porque tenían la misma respuesta que yo, nací para estar, para vivir, sólo para vivir.

Una persona me respondió con un vago "para cumplir tu misión", le pregunté cuál era, me dijo "búscala". Me quedé meditando, ¿no había buscado Toda mi vida esta misión?¿para qué preguntarle a los demás cosas que ni siquiera yo sé?

No me gustaba vivir, no tenía nada que hacer, no sabía nada, no entendía nada, miraba, pero no veía, oía, pero no escuchaba. Mi vida fue un completo sin sentido, un vacío enorme que debía ser llenado, pero nunca lo fue. Decidí terminar con ella, pero no podía, algo me aferraba a la odiada vida, un pequeño hilo que sostenía un gran peso.

Quizás después de todo tenía alguna misión, y todavía no la había cumplido. Me pregunté cual sería esta misión, esperanzada me subí al tren de las 10, era un día jueves, el tren fue bombardeado, descarrilado. No hubo sobrevivientes, mi misión era ir en ese tren e impedir que alguien llegara a este tren repleto de gente, de seguro alguien con una misión que cumplir, no sé quien era, pero le salvé la vida.

Nada de qué hablar

No voy a hablar de desinspiración, de que no tengo tema, o de que no me he preocupado por este pequeño espacio, porque eso lo pueden dar por cierto.

Hablaré quizás de cosas sin importancia, las cosas intracendentales de la vida, porque de eso nos alimentamos diariamente.
Hablaré quizás de cosas que molestan, sólo porque estoy disgustada con una actitud de alguien. Quizás escriba sobre amores imposibles, sobre desamores y desaires, pero a nadie le interesaría leer algo tan repetido.

Talvés hable de fantasía, de cuentos de hadas, de finales felices, de familias unidas con vidas perfectas. Sobre antiutopías, de mundos donde nada es lo que parece, donde todo es odio y muerte.

Podría hablar de sentimientos, podría escribir una historia, un cuento, una novela, una obra de teatro, un poema. O talvés quiera escribir sobre amigas, sobre pololos, sobre matrimonios, sobre hijos, sobre frío, sobre calor.

Quizás me inspirase y hablara sobre la vida, mi vida, pensamientos, y demases. O talvés sobre el amor, sobre un cuadro, sobre la historia de un pueblo.

Podría escribir sobre lo que quisiera...

... pero prefiero callar...


Las Ventanas

Una ventana, qué elemento tan simple, pasa tan desapercibido como todo en nuestra vida.
Ventanas grandes, ventanas pequeñas y medianas, ventanas hacia el patio, hacia la calle, hacia el campo, bosque, nieve o la verdad hacia otra habitación. Ventanas que se abren, que se cierran, que permanecen abiertas, que siguen toda su vida cerradas.
Ventanales, tragaluces, y cuantas otras ventanas nos persiguen. En cada habitación se encuentran, en cada rincón de cada casa, en el baño, en la cocina, en la entrada, en todas partes. Aún cuando no estamos en casa, vamos a comer a alguna parte y las vemos, o no las vemos, pero sabemos que ahí se encuentran, vamos a clases, están ahí, en la esquina y en todas partes.
Las ventanas son un símbolo de apertura, de vida, a ellas les debemos el aire que respiramos cuando las abrimos para que entre una fresca brisa en primavera, o para refrescarnos en verano, en otoño nos permiten ver cómo un millar de hojas caen de los árboles, en invierno nos protegen del frío, del viento y la lluvia.
Nos permiten ver esos maravillosos momentos del día, el amanecer, con todo su esplendor y majestuosidad, el medio día cuando el calor abrazador nos protege, el atardecer, con esas magníficas y románticas puestas de sol, el anochecer con sus opacos y bellos colores, por último nos permite ver la luna, cuyo esplendor nos recuerda el día pasado, día que no se volverá a repetir de igual modo.
Pero tal como tienen esas funciones también tienen otras, la de muralla, de impedir el paso, la de ver como se alejan los amigos por el sinuoso camino, cómo se pierden a lo lejos, en nuestras casas hay ventanas que nunca se abren, son estas las que tenemos que desempolvar y tratar de abrir. Esas ventanas con función de muro son las crueles, las que no nos permiten vivir tanquilos, las que nos dicen "mira lo que hay detrás de mí, míralo, disfrútalo porque nunca va a ser tuyo", esas son las que hay que aprender a quebrar, las que hay que aprender a no sólo mirarlas sino a codiciarlas y buscar la manera de abrirlas.
Las ventanas abiertas son importantes, pero tenemos que abrir ventanas toda la vida, porque quizás cuando se cierra una ventana se abre otra, pero cuando se abre una no se cierra ninguna.
¿Cuántas ventanas tenemos abiertas?
Yo puedo contestar que muy pocas, pero no porque no se me haya dado la oportunidad, sino por el hecho de que por miedo, por vergüenza o por cualquier razón inventada me lo he impedido.
Las ventanas también permiten que nos vean, quizás yo no estoy tan dispuesta a que me vean, por eso decido abrir las menos posibles. Algún día abriré muchas ventanas, sólo ahí me daré cuenta de qué era lo correcto y lo incorrecto, de qué ventanas no debería haber abierto y de cuales me fueron escenciales.
Las ventanas me persiguen, quizás sea hora de abrir una nueva...