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Hace no mucho tiempo vivía una niña llamada Amelia, de esas que tienen el cabello de oro, rizos que captan las miradas de todos, una niña con una inocencia por sobre lo normal, de esas que ya no se ven. Amelia jugaba siempre con niñas que eran más pequeñas que ella, en especial con Ruperta, porque las de su edad la creían muy chica, y lo era, pero eso no le impedía sentirse apartada de ese mundo de “niñas grandes”, niñas que iban a su misma clase, niñas que sabían lo mismo que ella, o incluso menos.

La niña aprendió que a nadie le importaba cuando sabía, a nadie le importaba cuanto hacía, cuando decía, que sólo les importaba lo “madura” que era cierta persona. Claro que ella nunca demostró ser madura, no le interesaba ese mundo de niñas que salían a fiestas, que se juntaban con hombres, que hablaban de ropa y de pintarse. La niña amaba las barbies, jugar a la mamá y a que era doctora, jugar a que tenía una tienda, que era el ama de una casa, que tenía sirvientas, amaba jugar como si fuera más pequeña de lo que en realidad era.

Ella le enseñaba a Ruperta todo lo que aprendía, les ayudaba a estudiar y a crecer como persona, pero a nadie le importaba, al padre de Ruperta no le agradaba la visión de esta niña, que siempre iba a su casa y le mostraba cosas ingenuas y amables a su hija, que hacía que Ruperta perdiera ese rumbo de “perfección” que él quería para ella. Amelia amaba jugar con Ruperta, porque era la única persona en el mundo que la entendía, que se daba el tiempo de pensar que a demás de ser una niña era una amiga. La única que la escuchaba y que le demostraba que la quería.

Amelia no era de esas niñas sociables, sino más bien de esas que se quedaban a un lado, que preferían callar a ser escuchadas. No le gustaba dar su opinión, porque encontraba que no valía la pena, que era algo innecesario.

La niña ya creció, perdió gran parte de esa ingenuidad que la caracterizaba, sigue sin amar las fiestas, pero de a poco va tomándoles el gusto. La niña ya no es tan niña, ya tiene opinión, no siempre la expresa, como si anhelara ese silencio que la rodeaba en su niñez.

Amelia terminó por entender que las personas de su edad no eran totalmente indiferentes a ella, que la querían, sólo que ella nunca lo había visto, las descubrió hace poco. Ella experimenta cada día con esta nueva sensación de sentirse parte de algo, la sensación de ser un aporte, de ser “una más”, de ser algo para alguien.

La niña está feliz, aunque a veces quisiera volver a ser la niña tímida y callada que jugaba a las muñecas y veía el mundo de mil colores.

2 comentarios:

Catalina Fernández dijo...

Es una linda manera de contar tu historia, Amelia.

"La niña ya no es tan niña"

Te quiero mucho

Unknown dijo...

Hola! Asi como el otro día me pasé por acá, ahora lo hago de nuevo =)

Creo que está demás decir que cuentas conmigo para lo que necesites y que no matter what, yo si escucho cuando hablas, me interesa lo que pienses y también saber como estás.

Y que esa niña de la historia, que, ya no es tan niña, se ha transformado en una persona muy buena y que cada segundo me gusta más el haberme dado el tiempo de conocer.

Besos
Carlota =)